J. Daniel Nicolini_El señor del feudo.

 En lo profundo de un vasto reino, donde los campos se extendían hasta donde alcanzaba la vista y los pueblos se erguían como pequeñas joyas en el paisaje verde, yacía la fortaleza del Señor Feudo. Alto, imponente y cubierto de musgo, su castillo se alzaba como una centinela sobre el vasto dominio que vigilaba con celo.

El Señor Feudo era conocido en todo el reino como el guardián indomable, un hombre de mirada severa y gesto imperturbable. Desde las almenas de su fortaleza, observaba el horizonte con ojos agudos, asegurándose de que ningún intruso osara amenazar la paz de su tierra.

Los campesinos que vivían en los alrededores reverenciaban al Señor Feudo como a un protector benevolente. Sabían que, mientras él velara por su seguridad, ninguna sombra oscura se atrevería a acechar en los confines de su hogar.

Con una red de espías y guardias cuidadosamente colocados, el Señor Feudo mantenía una vigilancia constante sobre los caminos que conducían al reino. Nadie pasaba desapercibido ante su atenta mirada; ningún forastero indeseado se atrevía a cruzar sus fronteras sin ser detectado.

Y así, bajo la atenta mirada del Señor Feudo, el reino florecía en paz y prosperidad, protegido de las amenazas que acechaban en los confines del mundo conocido. Porque mientras él permaneciera en guardia, ningún mal podría perturbar la armonía de su dominio.

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