José Quispe_Capítulo 4: Amigos.

Capitan 4: Amigos 

-Ah, ha–dijo Hitler

-¿Estás bien?--dijo Edgar.

–Si estoy bien--. Había mucha gente a su alrededor. 

-Toma, le dijo Sugfiu, es agua. Había un botellón que ¿de dónde la han sacado?.

-Está bien.

 Tomó.

Se levantó  y a medida que mejoraba su postura mejoraba su ánimo.

“ Quizás esta gente no sea tan mala después de todo”. Un sentimiento le arremetió rápidamente esa idea. la del racismo. Aunque fingió hospitalidad y agradecimiento.

–Señora, cómo dijo que se llamaba ?--le dijo a una señora que le hablaba.Un señora regordeta con la piel cobriza.

-Hitler, Adolf Hitler.

La señora dio un grito de susto, más un señor de cuarenta y algo con una camisa a cuadros soltó una risotada.

-Ja, tú eres Hitler y yo soy Maguiver. Volvió a su periódico.

-Ja-dijo Hitler, y se comenzó a levantar.

-Te ayudo, dijo Edgar.

–Y yo–dijo la madre de Edgar.

-Quisiera ir a la plaza de armas, no quisiera que perdamos más tiempo.

.Bajaron bajo la mirada de todos los pasajeros. En la esquina estaba en la avenida de la marina, tomaron un taxi, que los llevó varias cuadras. Pasando por varias casonas coloniales. Blancas, y grises. Algunas grandes de varios pisos, y otras de uno sólo. Utilizada como oficinas administrativas, cómo negocios, y para vivir en algunos casos. Algunas se habían pintado de naranjas rojos y amrillos. Hitler miraba todo muy animado,y luego con desprecio. Esto lo noto Edgar, y se puso rápidamente decaído.

Dando vuelta a una esquina.

–Hasta aquí puedo llevarlo, dijo el taxista.

Las autoridades de Arequipa habían prohibido la circulación de vehículos por el centro, la plaza de armas, por cuidar el patrimonio cultural. Bajaron y con gran humildad los tres caminaron hacia arriba, se veía la catedral de perfil. -Hitler reía.

-¿Es esa cátedra?

-Sugfiu y Edgar lo miraron con algo parecido al desprecio.

Hitler se recompuso “ Perdón, mi comentario no era el más adecuado.

–Está bien–dijo Sugfiu con aspereza. Ya era de tarde y en la plaza de Armas pasaban turistas de diferentes nacionalidades, aunque la mayoría era de los que llamaban “ arios”. Hitler los miraba con sumo interés. Y esto a su vez al inicio lo veían con desinterés pero luego con uno que rebosaba de lo adecuado. Uno se acercó, y le dio

-¿Führer?.

-Edgar no sabía si lo hacía jugando o en serio.

Hitler sólo lo ignoró y abrazó a Edgar, luego también a Sugfiu.


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